La pregunta madre


Soy Viviana Bovino del Laboratorio Internacional Residui Teatro.

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Para empezar, quiero expresar mi más profundo agradecimiento por la invitación a participar en este círculo dedicado a las mujeres en el teatro de grupo.

Mi presencia aquí responde al claro propósito de Julia Varley de dar voz a las mujeres que representamos otra generación dentro del movimiento Magdalena Project, nacido en 1986. Por esta razón, en mi intervención no hablaré únicamente en representación de mí misma ni de mi grupo. Tal como prometí ayer a mis compañeras durante el Encuentro Internacional “Magdalenas de Europa y de América”, mi intención es dar voz a algunas de las inquietudes que nos mueven a todas.

Cuando Julia Varley me invitó, pensé que este encuentro sería la oportunidad de ser portavoz de otras miradas. Decidí centrarme en una pregunta concreta, la “pregunta madre”, la que da origen a otras preguntas; y esto es algo sobre lo que hemos reflexionado extensamente con Jill Greenhalgh, una de las fundadoras del Magdalena Project.

Buscando como una cirujana entre preguntas, llegué a concentrarme en una: “¿Cuál es la aportación más contundente que las mujeres creadoras de nuestra generación estamos impulsando dentro de nuestros grupos?”

Al principio, quise planteársela directamente a mis compañeras, pero luego entendí que estaban sumergidas en sus trabajos y que quizás había llegado el momento de detenerme y escuchar.

Afortunadamente, he tenido muchas oportunidades para observar durante los encuentros del Magdalena Project en los que he participado en el último año, así como en el Encuentro Territorios Teatrales Transitables 2024, que nuestro grupo organizó en Madrid y en el que muchas de nosotras estuvimos presentes.

Lo que he observado es que algunas de nosotras todavía sienten la necesidad de imponerse, de hablar en voz alta y firme, mostrando fuerza y ocultando vulnerabilidad en un intento por ser escuchadas y reconocidas. En muchos casos, esto reproduce un modelo comunicativo que han visto emplear a sus compañeros en roles de liderazgo. Sin embargo, la gran mayoría estamos buscando centrarnos en otro modelo comunicativo, que consideramos uno de los ejes fundamentales para transformar el paradigma patriarcal al que lamentablemente seguimos expuestas.

Me gusta pensar que estamos asumiendo uno de los principios de las comunidades Gunadules (pueblo originario de Colombia), que con la sabiduría de quien sabe ser simple y directo, dicen que es importante “hablar bien y bonito”.

Hablar bien, porque debemos hablar con sentido, con conocimiento basado en la experiencia, en el intercambio, con conciencia. Pero también bonito, porque es fundamental elegir con cuidado y sensibilidad las palabras, buscando, sobre todo, el encuentro con el otro.

Lograr que nuestras palabras resuenen en la otra persona. “Resonar” es una palabra hermosa, proviene del latín resonantia, que significa 'eco' y tiene su origen en el campo de la acústica. En la "resonancia simpática", por ejemplo, una cuerda pasiva comienza a vibrar y producir sonido cuando hacemos vibrar otra que presenta similitudes armónicas. Así que la cuestión no es solo el contenido de lo que decimos, sino la resonancia, la nueva polifonía que estamos propiciando al hablar con nuestro interlocutor/a.

Para las mujeres, las pre-condiciones comunicativas son peculiares. Requieren de una serie de actitudes y circunstancias diferentes de las que necesitan los hombres. Si un hombre propone una iniciativa, debe estar convencido de lo que quiere y buscar aliados. Nosotras, además de cumplir con estos dos puntos, también debemos demostrar que podemos, que estamos capacitadas, que tenemos la experiencia y la capacidad de liderar y gestionar.

Nosotras representamos muchas otras realidades que, por estereotipo, naturaleza o consecuencia, se asocian a la mujer: madre, migrante, racializada, afrodescendiente, en situación vulnerable o de violencia. Por ello, no caminamos solas. Con nosotras avanzan todos estos colectivos que cada una y todas representamos.

Dentro del Magdalena Project, las mujeres de la nueva generación estamos enfatizando este punto. Nuestro objetivo ha sido auto-definirnos y auto-legitimarnos como mujeres, como movimiento y como grupo de grupos. Somos un grupo transversal, intergeneracional, interdisciplinario e intercultural; una representación de las comunidades que co-existen en la sociedad. Como dice Jill Greenhalgh, nosotras mismas debemos crearnos espacio, y el primer espacio que debemos abrir está en nuestra propia mente. Además, al hacer espacio para una, estamos ganando espacio para todas.

En esta transversalidad del Magdalena, también incluimos a las nuevas generaciones, a quienes cuidamos, sean o no nuestra progenie. Cada vez trabajamos más para garantizar espacios en los que se contemple y garantice el acceso a los bebés. La comunidad artística debe reflexionar sobre este tema tan concreto: si realmente queremos que nuestros grupos sean inclusivos, debemos prepararnos para recibir a niñas y niños. Diseñar espacios laborales, de aprendizaje y de creación adaptados a la infancia significa generar espacios adecuados para todas las personas. Esto evita que las artistas que son madres queden excluidas del mundo del arte. Las nuevas generaciones hacen mucho hincapié en este punto y reivindican, justamente, la importancia de una apuesta que sea intergeneracional.

Asimismo, estamos creando espacios para que las artistas jóvenes tengan visibilidad e incidencia en la toma de decisiones, con el apoyo y tutoría de las Magdalenas que llevan más tiempo en el movimiento, a quienes llamamos las abuelas. Esta práctica es parte de una transmisión cuidadosa que ellas han llevado a cabo sistemáticamente, garantizando cohesión y colaboración sincera, fortaleciendo tanto el trabajo individual como el colectivo.

Defendiendo lo conquistado

Como dije anteriormente la palabra mujer incluye muchos otros conceptos, entre ellos está también el de ser víctima. Por desgracia, cuando preguntan si alguien sufrió acoso o violencia, nosotras, en gran mayoría, seguimos siendo quienes levantamos las manos. Durante un tiempo creímos que habíamos conquistado ciertos derechos, pero nos damos cuenta de que debemos seguir defendiéndolos y que para lograrlo tenemos que mantenernos unidas. Un cambio de gobierno puede hacernos retroceder décadas en cuestión de días.

Las mujeres del “Magdalena Segunda Generación” comentaban recientemente el deterioro repentino de la situación en Argentina con la presidencia de Milei. En Europa, desde España, Alemania, Italia y Serbia, lamentamos el auge de discursos machistas promovidos por la extrema derecha, que alimentan una narrativa basada en el odio.

En Brasil, Daniela Santana (Grupo Contadores de Mentiras) y Bárbara Luci Carvalho Fonseca (Antagon TeatrAktion, Alemania) defienden la importancia de crear espacios seguros de aprendizaje y de intercambio comunitario; espacios de osmosis entre el arte y el activismo en los cuales volver a recordar, a repetir las mismas palabras. Lugares que nos hagan sentir acompañadas, y que sea el teatro el vehículo para lograrlo y defender nuestros derechos.

Nuestro cuerpo es un territorio transitado por muchas otras experiencias. Vivimos en carne propia los cambios que se gestan en nosotras, en nuestra creatividad, cambios que son la prueba tangible de una gran verdad: todo cambia, todo se transforma.

Aceptar nuestra propria vulnerabilidad e impermanencia nos confiere la capacidad de escuchar las diversidades que se manifiestan en cada sociedad y nos convierte en portadoras de todas esas otredades que coexisten.

Ser madres, vivir la menarquia y la menopausia, migrar, acoger, escuchar, compartir, son vivencias concretas que se cruzan con nuestro ser creadoras.

La necesidad de seguir los tiempos de nuestros cuerpos, adaptarnos a ellos, buscar estrategias para acompañar los cambios que se gestan en nosotras, en nuestra energía, en nuestra velocidad, en nuestra individualidad cuando de nuestro vientre nacen otros seres que nos necesitan, nos permiten ver y entender a otros colectivos, dialogar con ellos desde las artes.

Muchas de nosotras hemos encaminado proyectos que buscan utilizar las herramientas artísticas con colectivos diferentes: con chicas y jovenes madres en las zonas rurales (Maristella Martella, Tarantarte), con niñas y niños (Irini Sfyri, LIRT), con mujeres y menores en la cárcel (Verónica Ragusa), con comunidades en barrios periféricos de las ciudades (Silvia Moreno, Cavaluna Teatro), con los jóvenes (Giovanna Michaliadi Sarti, Fabrica Athens) y con grupos intergeneracionales de mujeres (Parvathy Baul/India; Nora González de Teatro La Candelaria, entre otras).

La palabra mujer muchas veces viene acompañada de migrada o refugiada, y es por ello por lo que en nuestros encuentros buscamos abrir espacios de reflexión y, como recuerda siempre Amaranta Osorio (México/Colombia/Francia), devolver a otras mujeres el apoyo que un día recibimos nosotras mismas. Darnos la mano unas a otras, tejiendo un entramado que nos gusta imaginar como un “jardín secreto”, tal como lo menciona Geddy Aniksdal en el documental dirigido por Lunia Film: “SECRET GARDEN - Women Creators in Performing Arts”.

Nuestro cuerpo es un territorio transitado por muchos otros cuerpos. Por eso, esta mujer del teatro de grupo se ha convertido en portadora de todas estas otredades que coexisten en la sociedad en la que vivimos.

Nuestras reflexiones

Estamos hablando mucho de espacio seguro. Pero ¿qué significa realmente un espacio seguro? Especialmente cuando nos referimos a dar lugar a la vulnerabilidad o a trabajar con comunidades diversas, nos preguntamos: ¿cuáles son los principios del teatro que pueden ayudarnos en este camino?

Nos planteamos la posibilidad de crear con sonrisa, con júbilo, con alegría, con la fiesta que menciona la maestra Patricia Ariza de Teatro La Candelaria (Colombia). Mi maestra de yoga, Apeksha Bhagwat, dice: “Una mente que divaga es una vida que divaga”. Sin embargo, crear con alegría no significa crear con distracción, sino todo lo contrario.

Como mujeres creadoras de esta generación, nos preguntamos si crear con alegría puede ser considerado un divagar, si sonreír durante los ensayos puede verse como una distracción que colude con ciertas prácticas de seriedad y rigidez maquilladas de respeto, prácticas que han predominado en los grupos de teatro y que no han dejado espacio a otras formas de creación.

Lo pienso y resuena en mí la sonrisa amplia de Natalia Tesone, de Magdalena Segunda Generación (Argentina), o de Daniela Santana, así como la certeza de que estas sonrisas pueden ser parte del proceso artístico en el que estamos inmersas. Crear desde la fiesta, como ritual comunitario o como dispositivo de manifestación de la existencia.

Dejar huella y documentar

Estamos invirtiendo energías en dejar huella, en escribir y documentar nuestro trabajo. Queremos que los encuentros queden registrados, que las intervenciones se graben y que garanticemos la presencia de investigadoras, periodistas, académicas y editoras, con la intención de sumar aliadas.

Dirijo un encuentro en España y he decidido confiar la documentación en video a dos hombres: Luca Ciriello y Claudio Coloberti. Para mí, esto es una metáfora del diálogo que estamos abriendo: una reflexión sobre una nueva masculinidad que es aliada, que está en transformación.

Hay hombres que están acompañando este cambio. Están aprendiendo a aprender desde la escucha, desde el silencio y la observación. Son ellos quienes nos están apoyando en este acto de tomar espacio.

Me gustaría cerrar diciendo que procedemos a una improvisación sobre principios, en la cual estamos tomando las riendas no solo a nivel artístico, sino también organizativo, trazando un nuevo mapa mundial en el que sumamos piezas que hasta ahora no tenían espacio.

A veces, entre nosotras, hablamos sobre las estrategias de organización y dirección. Yo soy madre y le debo mucho de lo que soy hoy como mujer y artista a mi hija Alma.

Me gusta pensar que cuando las mujeres dirigimos, lo que realmente hacemos es acompañar a las personas y a los grupos en el acto delicado y fuerte a dar a luz.

Viviana Bovino
Laboratorio Internacional Residui Teatro
 
* Agradezco a Mariza Bafile (Editora de ViceVersa Magazine) para la revisión final de este texto.